Estoy a punto de llevarme mi taza de café a la boca, cuando caigo en la cuenta de que no sé si ya le he puesto sacarina. Lo habría notado por el sabor, pero mi cerebro quiere hacer el ejercicio mental de recordar si la he puesto o no. ¡Hoy en día nuestros cerebros hacen una vida tan sedentaria y con tan poco ejercicio!... El caso es que no me acuerdo.
Contra la falta de memoria, decía mi abuela que era bueno comer rabo de pasas. Yo utilizo otro método: las evidencias.
Deposito de nuevo la taza sobre su plato y observo meticulosamente cualquier detalle, dentro del perímetro de la cafetería donde me encuentro, que pueda darme evidencias concluyentes. Tienen que ser concluyentes, no voy a arriesgarme ante una duda razonable. Empiezo por la zona más cercana al lugar de los hechos: la taza. En un vistazo rápido compruebo que hay un sobre de sacarina abandonado con desdén en el borde del plato. Un examen más detenido nos revela que ha sido abierto, no sin cierta violencia, a juzgar por el ángulo de corte y las rasgaduras dejadas en el papel del sobre.
Pero la evidencia más esclarecedora es lo que yo llamo “la prueba de la cuchara”: si la cuchara está limpia es que no he puesto sacarina, o mejor dicho, que no la he movido aún. Y aquí está la cuchara, manchada de café, las evidencias no engañan, tengo suficientes pruebas para…
-- “Caballero, por favor, creo que se ha sentado usted en mi mesa. Ese es mi café”
¡Qué susto me ha dado, este señor! Interrumpiendo así mis pesquisas… “¿Cómo dice?”
-- “Le digo que mientras yo he ido a la barra a pagar, he visto que, al volver usted del servicio, se sentaba en mi mesa e incluso ha estado a punto de beberse mi café. ¿Es que el suyo no le gusta?”
El hombre señalaba con amabilidad a una mesa cercana que estaba vacía y en la que, una taza de café humeante lloraba desconsoladamente por el abandono de su dueño (“¡ups!... aguanta, pequeño, que voy en tu rescate”).“Lo siento señor, no sé que me ha ocurrido. No se preocupe por su café, ni lo he probado”, "¡Ah y me he lavado las manos al salir del WC, esté tranquilo!".
Mientras intentaba que la tierra se abriera y me tragara entero, con zapatos y todo, me levanté raudo y veloz y me fui a mi “mesa auténtica” a beberme mi “auténtico café”.
¡Qué apuro! Me sentía la cara ardiendo. Tenía la sensación de que toda cafetería estaba observándome… Miré a mi alrededor y, para mi tranquilidad no era cierto, sólo un 72% de los clientes me miraba. Bueno, necesito un café, mí café, y aquí está… Pero… ¡Oh, no! No recuerdo si le he puesto sacarina…
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