Como siempre que
charlaba con Quintanilla, aquella tarde aprendí algo: no puedes estar tantos
años detrás de la barra de un bar y no desarrollar un don especial para
analizar a las personas.
―Quintanilla, ¿Alguna vez
conociste a alguien que consiguiera sacarte de tus casillas sólo con su
presencia?
Me observó unos segundos con
aquella mirada penetrante que usaba para radiografiar a sus clientes. Le había
visto usarla con todo aquel que le pedía crédito para tomarse una copa con un
aplazamiento tácito de la transacción económica asociada.
―Soy camarero, señor ―me respondió
finalmente. ―Todos mis jefes han sido, o son, propietarios de bares y siempre
han producido en mí ese efecto.
―Ya. Pues yo tengo un nuevo
compañero de trabajo que me pone la sangre a más de cien grados centígrados.
Resulta que es un guarro que no se lava jamás y un inútil que no da un palo al
agua.
Quintanilla arqueó una ceja
y se acercó un poco más apoyando sus codos en el mostrador.
―Si me permite la
comparación, señor, esa descripción coincide con la del nuevo novio de mi “ex”.
¿Sabe lo que digo yo de él?
―Sospecho que me lo vas a
decir de todas formas ―dije.
―Fácil: guarro e inútil es “un
cerdo a la izquierda” ―y su cara se iluminó con una sonrisa socarrona.
Me eché a reír. Tuvo mucha
gracia.
―Quintanilla, otro café por
favor…
―Eso está hecho, señor.
Esta obra está licenciada por Joaquín Romero Zambrano, bajo una Licencia Creative Commons como
No hay comentarios:
Publicar un comentario